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De Aromas y Colores


El sopor matutino me abarcaba y retenía. Descorrí suavemente las cortinas y con un lento rodeo me senté frente a mi vieja Remington. Como una ceremonia oculta, plena de mensajes de otro mundo, abrí el cajón de mi vetusto escritorio de nogal y saqué una hoja. Tan solo una. Un fino rayo de sol comenzó a danzar lentamente, sobre el carro donde la hoja comenzaba a hacerse de lugar. Cada mota de polvo parecía un insecto en época de apareamiento, entrechocándose los unos contra los otros, únicamente dentro del haz de luz que formaba ahora su mundo visible.
Samantha asomó su carita en el marco de la puerta. Me observaba con curiosidad. Si movía mis manos se ocultaba, si giraba mi cabeza, seguramente huiría.
Al fin la hoja se encontraba frente a mí. Lisa, blanca, aún estéril. Las teclas desgastadas por el roce de los dedos de sus antiguos dueños, esperaban mi contacto fertilizador. La máquina sería mi medio de transporte, la hoja el receptor, su contenido la criatura en gestación.
Debía ser perfecto. Armonía en las frases. Poesía en cada letra. Cada palabra debía despedir un hermoso aroma que armonizara con la anterior. Ellas debían teñir el ambiente con mi color preferido.
Me recosté sobre la silla estirando lo más posible mis piernas. Crucé los brazos sobre mi nuca. Apunté mi nariz hacia la blanca hoja. La miré por varios minutos. El sopor me contenía, me alejaba de allí.
Samantha canturreaba una canción  de cuna a su muñeca. Sentada en el  nacimiento de la escalera, parecía haberse desentendido de mí y comenzado el juego cotidiano y maternal que tanto la atraía. No giré a observarla. Me concentré en la hoja. Mis lentes ya se encontraban a medio camino de un rumbo cierto con estación terminal en el piso, junto a mis pantuflas.
Un relato cotidiano. Una disertación filosófica. Un cuento corto. Lo que fuera debía poseer de por sí la poesía que deseaba embargara a aquella y tal vez otras hojas. Por cierto; parecía que ella me miraba. La hoja era mi posesión o yo de ella?. En ese momento la situación era confusa. Parecía desafiarme con una actitud dispuesta no correspondida. Al fin ella estaba allí,esperándome, en blanco aún. Señalándome, tal vez, mi impotencia para fertilizarla. No creí oportuno dejar que la situación continuara por aquel camino. Ajusté el carro y tipié "Buenos Aires 22 de Marzo del 2000". Ya estaba. Su blanca sonrisa socarrona se había diluido en negros huecos antiestéticos. "Buenos Aires": una caries, "22 de Marzo": una funda y "del 2000": una corona.
No había sido suficiente. Ella sabía que aquello era solo un ardid. Las musas no habían llegado junto con el polvo guardado en aquel tubo de luz. Ella estaba manchada, pero aún no había llegado hasta ella la simiente. Seguía burlándose de mí y mi esfuerzo por encontrar los perfumes y colores se fue convirtiendo en un pequeño e irascible rencor que apenas si lograba asomar en mis labios apretados. Ya la búsqueda se convertía en esfuerzo. Intenté apartar la vista de ella pero me resultaba atractiva y desafiante.
Samantha decidió cambiar a su muñeca, pues ya era media mañana. Con su leve canto, su presencia se convirtió en un nuevo motivador para vencer a aquella angosta y pálida hoja. La curiosidad de Samantha se vería satisfecha, vería como nacen las historias. Bellas fragancias en cada palabra y mi propio color preferido.
Tipié pleno de satisfacción: "Capitulo uno"
Cuando el carro retrocedió me pareció escuchar una breve risa. Tal vez fuera el simple roce. Pero juro que esa estúpida hoja reía.
Veamos. Tal vez intentando una historia macabra o por el contrario una pequeña comedia podría avanzar. Pequeña y malévola hoja. Simple mezcla de vegetales, blanqueadores y adhesivos que me obligas a cambiar de rumbo.
Cerré los ojos y comencé a tipear intentando abstraerme de mi blanca enemiga y su presencia."

Sus labios parecían abarcar el mundo entero. Su sola presencia hacia invisible el entorno. Debía dejarme llevar hacia ella. Zambullirme en sus contornos. Beber de su boca la savia vegetal...

 "No!. Busqué inmediatamente el corrector en el cajón izquierdo del escritorio. ¿"Savia vegetal"? ¿En qué estaba pensando?. De nuevo su blanca sonrisa me humillaba. Retrocedí dieciséis espacios y reemplacé por "el sabor de las palabras".
Me senté al borde de la silla, la espalda muy recta y las piernas cruzadas sobre los tobillos. Cerré los ojos con fuerza y proseguí.

"Su mundo era ahora el mío y estaba dispuesto a todo por ella. Su sola presencia era motivo suficiente para mantener mi mente en blanco...

"Mi mente en blanco?. La hoja en blanco?. Está interfiriendo con mi relato. Trata de dominarme y volcar su presencia en mi obra. No quiere ser solo receptora. Quiere dejar su impronta en la criatura aún sin nacer.
No abrí los ojos, no quería encontrarme con aquel objeto inquisidor y desafiante. Voltee y busqué con la mirada a Samantha. Se había ido, tal vez harta de tanta dubitación. Estábamos solos, la hoja y yo. Concentrados en un acto amoroso sin resolución aparente, hasta tanto alguno de los dos dejara que la inspiración fluyera.
Retiré de un solo tirón la hoja y haciéndola una pequeña pelota la lancé con alegría hacia el cesto. Tomé una nueva de la resma y la inserte en la Remington.
Blanca, pura, no parecía urgirme a nada. Después de todo era una recién llegada. Comencé rápidamente evitando darle tiempo a su sarcasmo.

"Buenos Aires 22 de Marzo del 2000 - Capítulo uno - Sus labios parecían abarcar el mundo entero. Su sola presencia hacia invisible el entorno. Debía dejarme llevar hacia ella. Zambullirme en sus contornos."

¿Cómo seguía?. Tomé la pequeña pelota del cesto planchándola lo más posible hasta que fuera legible.
Enseguida lo noté. Se comunicaban. Parecía un pequeño cuchicheo lleno de risitas confidentes que volaba desde la arrugada hasta la aprisionada hoja y viceversa. Hablaban de mí, estaba seguro. Noté el cambio en la hoja aprisionada en la máquina. Ya no era la misma. Parecía burlarse de mí en contubernio con la antigua y desechada enemiga.
Leí rápidamente lo faltante y desgarré en cuatro pedazos la vieja e insidiosa pieza de papel.
Cerré nuevamente los ojos y proseguí

" Beber de su boca el sabor de las palabras. Su mundo era ahora el mío y estaba dispuesto a todo por ella. Su sola presencia era motivo suficiente para mantener mi mente alerta y expectante. Miles de pensamientos invadían mi infertil mente...

Fertil !. Fertil !. Fertil !. Me había inducido a interponer un indeseado "in". La miré fija y desafiantemente. Ella parecía ignorarme, mirar hacia otro lado. Solo me devolvía las mismas letras que yo había bordado sobre ella. La retiré de la máquina. Tome mi viejo cuaderno amarillo y una lapicera del cajón central. Copié cada palabra intentando mantener cuaderno y hoja lo más lejanos posible para evitar cualquier ilícita asociación. Copié cada palabra, cada frase.
Rompí la hoja en cuatro pedazos y la guardé en el bolsillo de mi bata. No dejaría que estuvieran juntas en aquel cesto y se confabularan en mi contra.
Abrí una nueva resma. Tal vez así evitara el reiterado acto.
La hoja frente a mí permanecía silenciosa. Permitió que cada palabra se ubicara en forma y contexto apropiado. Continué mi introducción buscando aquellas fragancias y colores esquivos.

"Miles de pensamientos invadían mi fértil mente, todos asociados a ella. Mi inquietud fue transformándose en un irresistible ansia de tomarla entre miz vrazoz y no apartarme jamaz de ella...

Algo andaba mal. Si apretaba aquí la "s" varias veces, aparecía una sucesión de zetas, si apretaba la "b" aparecían varias uve. Que cambió?. Presioné la uve y aparecieron uves, presioné la zeta y aparecieron zetas. No podía ser. Tal vez la hoja en su silencio había estado convenciendo a mi máquina, mi "medio", a que participara de aquel malintencionado juego. Si. Seguramente fue así.
Retiré a la nueva y rebelde hoja, con la esperanza que al irse, mi máquina perdiera su motivación para aliarse con ellas.
Tomé otra nueva pieza de papel con la idea de cambiar mis rumbos hacia otra temática. Tal vez debería comenzar con una descripción simple y paisajista. Sí. Tal vez así pudiera evitar simbolismos que pudieran jugar en mi contra.
Comenzaría con una tarde brumosa de mediados de Abril. Tal vez en el campo. Pondría imágenes simples y pasatistas, mezclando aromas y colores como a mí me gustan. Eso sería un buen preámbulo para mas tarde poder describir a mi heroína y su entorno. Debía tratar de producir un buen comienzo. Con una carpintería tal que el lector estuviera seguro de un cruento desenlace pero no pudiera descubrirlo al instante. Tal vez debía considerar un buen gancho para tentarlo a seguir el próximo capítulo. Debe ser algo sutil, que no hiera la inteligencia del lector. Que no se evidencie mi trampa. Me anotaré en el cuaderno amarillo que tampoco debo cerrar la clave en el capítulo final. Algún tramposo lector podría saltarse hasta allí para evitar quedar atrapado en mi telaraña narrativa. Sí. Estoy seguro que este es el camino. Ahora debo plasmarlo en esa hoja. Al menos como comienzo.

"La bruma parecía suspendida por sobre cada espiga de trigo. El sol intentaba vanamente penetrarla para alcanzar a aquellas pequeñas promesas de futuro...

Sentí unos pequeños pasos tras de mí. Samantha llegaba nuevamente. Parecía resuelta aunque tímida. Se detuvo a mi lado sin siquiera nombrarme. A la espera. Decidí suspender mi tarea y voltear para prestar toda la atención que mi pequeña merecía.
Con su bracito extendido me ofrecía una hoja de aquellas que dormían en el cajón de mi escritorio. Había jugado sobre una de ellas. En su afán de participar y ayudarme, había dibujado algo especialmente para mí. Para aquél momento.
En la hoja se veía una hermosa figura. Cuando la tomé sentí que despedía aquella fragancia que tanto buscaba y que sus trazos eran de aquel color preferido que todo lo teñía.
Estaba todo allí. Miré su carita pícara y no pude más que sonreir. Al fin las Musas llegaban hasta mí. Coloqué aquella hoja en el carro de mi máquina de escribir y comencé una vez mas.

"El sopor matutino me abarcaba y retenía. Descorrí suavemente las cortinas y con un lento rodeo me senté frente a mi vieja Remington. Como una ceremonia oculta, plena de mensajes de otro mundo, abrí el cajón de mi vetusto escritorio de nogal y saqué una hoja. Tan solo una..."

OPin
Bs. As. 2000
© Copyright 2010
Once Cuentos sin Rumbo
ISBN 987-43-8446-9

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