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Leviatán


-Me había levantado con la pierna equivocada. No me di cuenta hasta que ya era muy tarde, digamos alrededor del mediodía. No es que me haya pasado la mañana en medio de la clásica somnolencia, sino que sólo cuando tomé conciencia de los hechos acumulados me dije “Hoy cagaste macho. Estás meado por los dinosaurios”.
Si trato de ser objetivo, no fue tan grave la cosa. Pero esa sensación no te la saca nadie. Ni un Lexotanil, ni un Xanax. Té de Tilo? Olvidáte, nunca funciona.
Recuerdo eso sí, haber tomado media botella de Vodka. Con jugo de naranjas, lo que le dicen Destornillador. Pero eso había sido la noche anterior. Mucho descontrol, tal vez debería haber parado la mano ahí nomás. Pero no, por la mañana y para darme un buen comienzo me pasé dos líneas. En realidad no es nada. Otras veces necesité más. Lo bueno es que siempre estoy en control. La mente ágil y despierta. Nunca me dejé caer.
A eso de las siete ya estaba saliendo para el laburo. No sé, habría tardado una hora en bañarme y ponerme el traje. Siempre lo había odiado. Era como un símbolo de mi sumisión a las reglas que me imponían los demás. Pero sin eso no hay guita, así que los prejuicios me los comía día a día con pan de salvado para que se digirieran mejor.
Agarré justo el tren de las y cinco, esperando encontrarme con la minita esa que nos mantenía entretenidos a todos durante el viaje. Pero no. Hoy tampoco.
Revisé en el bolsillo interior del saco a ver si tenía el sobresito de emergencias y me prometí tomarme un trago en Las Delicias antes de entrar al laburo. A si! Antes debía comprarme un chicle de menta para matar el tufo delator.
Me acomodé en la barra y como siempre se acercó Patricia a atenderme. No sé para que me preguntaba siempre lo que quería. Parecía como si tuviera la esperanza de que algún día le pidiera un cortado. Me tomé mi “jugo de naranja doble” y rumbee para el lado del baño con la bolsita apretada entre los dedos. Susana me iba a matar cuando se diera cuenta que le estaba gastando su ración.
Salí despejadito, si hasta te diría que me sentía capaz de soportar a todo el mundo sin mover una pestaña, pasara lo que pasara.
Cuando cayó Cacho my Boss, me dije, a este lo impresiono de entrada y me puse a hablar de los clientes que había sumado a la lista la semana pasada. La verdad que algunos ya debían de ser fiambre, pero otros eran de verdad y podían llegar a permanecer en la cartera si la hacíamos bien. La cara de Cacho my Boss parecía declarar que no la había puesto o que estaba por rajar gente. Nada che, no logré que emitiera ni un ruido.
No sé por que, pero se me ocurrió servirle un cafecito con el agregado de mi laxante preferido. En una de esas se le mejoraba la cara. Si hasta me lo agradeció el muy boludo.
No sé, estaba medio jodón. Me fui al baño del sexto para darme otro saque y me encuentro con las porquerías de limpieza acumuladas en un rincón. Que querés, agarre el trapo de piso y lo metí en el sifón del inodoro. ¿Cuánto habrá tardado? Cinco minutos a lo sumo, cuando veo a Catalán que sale corriendo en medio de una catarata que invadía la alfombra del pasillo. Sí, son cosas de pibe. No sé, se me ocurrió nada más. Pero te juro que lo disfrutaba. Nadie tenía que saber que había sido yo y más de uno se moría de la risa.
Aproveché la volteada y me mandé a la salita de conferencias. En realidad ya lo tenía pensado hacía tiempo, así que le levanté el protector al proyector y le puse un puente del vivo a la carcasa. Me acuerdo que una vez lo había hecho el Gallego Rodríguez antes de una conferencia. Es uno de mis mejores recuerdos todavía hoy. Cacho my Boss saltando contra la mampara de vidrio con esa cara de me muero, me muero, que te hacía mear encima. Lástima que esta vez tenía que quedarme afuera para no quedar engrampado.
Seguramente tanta excitación me alteró un poco. Me empezó a salir un hilito de sangre de la nariz y no había forma de detenerlo. Marta me decía poné la cabeza para atrás, Julián que ponete compresas frías en la nuca. Yo me fui para el baño y me metí un bollito de papel higiénico en la nariz mientras me tragaba lo que ya no podía salir por ahí.
Algo laburé no voy a decir que no. Acomodé dos carpetas que tenían como tres años juntando polvo en la esquina de mi escritorio. Agarré mi maletín y dije, chau me voy a visitar clientes.
Miré mi agenda y todavía me quedaban como treinta minutos para visitar al primero. Así que enfilé caminando hacia la Avenida de Mayo, como disfrutando el día, ¿viste? Cuando llegué a Rodríguez Peña medio como que me hacía falta recargar las pilas. Sabía que los de esa empresa eran bastante jodidos y quería asegurarme mi mejor rendimiento a la hora de conseguir comisiones. Así que me metí en el bar de la esquina y me pedí otro Destornillador.
Mirá, no sé, es como que las manos se me hacían cada vez más grandes. Era loco pero me causaba gracia. Hasta que apareció ese pibe con la estampita y la letanía. -Dele señor que es para comer... -Deme unas moneditas... Y no se quería ir el desgraciado. Cuando me empezó a tirar del saco es como que se me terminó la paciencia.
Yo hubiera preferido irme al baño, te lo juro. Pero ese desgraciadito estaba en medio del camino y encima tirándome del saco. Fue algo automático. Te digo que en realidad no me di cuenta de nada. Como ya estaba cerca la hora del mediodía en que los de las oficinas se acercan a comer alguna pavada, agarré uno de los Tramontinas que estaban sobre la barra y traté de encajárselo en un ojo. El muy hijo de puta se corrió justo en el momento que se la vio venir. Lo agarré de costadito. Son muy zorros estos pendejos. Pero sólo con el golpe lo mandé al piso. Te digo que nadie reaccionó enseguida. Es como que el tiempo se había detenido y el pibe tirado en el suelo era lo más natural del mundo. Cuando se armó el batifondo había tanto descontrol, que parecía que nadie sabía que era lo que tenía que hacer. Las minas se mantenían alejadas al grito de pobrecito. Un viejo se acercó y mientras decía hijo de puta fuiste vos, trataba de socorrer al pibe. Yo me zafé como pude del apretón que me quería dar un muchacho veinte kilos mas chico que yo, como para retenerme en la escena del crimen, dirían en la tele.
En dos minutos estaba a tres cuadras del lugar en medio del gentío que salía a comer. Si pudiera borrar lo que hice te juro que lo haría, pero en ese momento no sentía nada.
Me fui para el lado del subte y en un rincón me di dos, tres o cuatro líneas directamente de los dedos. Susana me mataba seguro. Ya casi no quedaba nada de su reserva.
Me mezclé entre la gente que esperaba el subte a Primera Junta. Siempre hay algo para disfrutar. Había una minita rubia, te digo que hasta parecía natural, con una garganta hermosa. Un cuello largo, largo, de esos que me gustan a mí. Es como que me agarraron las ganas de repente. Me hacía la película. Parecía que me llamaba: mordeme, mordeme...Creo que me podrías llamar Draculín. Qué sé yo, no estaba para contradecirme yo mismo, agarré y me le prendí del cuello. Bueno al menos fue mi intención. ¿Cómo iba a saber que la mina se iba a asustar? Es como que trastabilló y ¿no va y se cae a las vías?. Eso parecía importarle mucho a la gente que había alrededor y por supuesto a la mina también. Pero a mí lo que me daba bronca era que apenas había logrado tocarle la garganta con los labios. Me quedé algo caliente. Y rajé, off course. Seguro la sacaban antes de que llegara el próximo tren.
Empecé a caminar sin rumbo fijo disfrutando cada detalle que se me presentaba por delante. Si hubiera tenido un porro era el momento oportuno para gastarlo y después tomar una siesta reparadora.
Me sentía bien cuando llegué a la San Miguel. Imponente, que cosa maravillosa que son esas iglesias de fin del siglo pasado. Me quedé afuera un buen rato observando las cúpulas, los vitraux, angelitos y otras yerbas. Al final entré. Es que era la casa de Dios, o sea como la mía.
Me tiré a lo largo en esos bancos kilométricos y me quedé mirando los frescos que decoraban los techos. Yo era el capo de esos cosos que flotaban en el cielo. Te digo que cuando apareció el tipo ese, el cura, todo vestido de negro, medio que me dio bronca. Otro interrumpiendo mi tranquilidad. Parecía que nadie pensaba dejarme en paz esa mañana. Creo que me decía algo de la sangre. Pensé que hablaba de la de Cristo, ellos se la toman todos los días. Pero no, parecía que mi nariz había manchado la camisa, el traje y mis manos. Para peor me había quedado con el Tramontina apretado del lado del filo en la mano izquierda. Pucha que salía sangre, pero no sentía nada mas que un calor reconfortante. No me preguntes que le pasó al cura ese por que no me acuerdo de nada. Es como si el alma me hubiera abandonado.
Así que ya sabés: me levanté con la pierna equivocada. ¡Mirá como pasa el tiempo! Ya se termina la visita y el cana ese te está mirando feo. Bueno,. mirá,. andá y decile al "cuervo" ese, que si se quiere ganar el sueldo consiga que el juez me derive a uno de esos institutos de rehabilitación, que de la "merca"; de la "merca" me encargo yo.-

OPin
Bs. As. 2000
© Copyright 2010
Once Cuentos sin Rumbo
ISBN 987-43-8446-9


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