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El Códice de Arzipíades


Arzipíades forzó el despegue de sus párpados luego de una noche de constantes extravíos con su almohada. Caminó tambaleante hasta el living siguiendo la línea recta que la pared le indicaba a sus hombros, encendió el Wi-Fi y antes que el protocolo de conexión le guiñara todas las luces simultáneamente prendió la PC y se fue hasta la cocina para dedicarse una revitalizante taza de café.
No sabía por qué, pero debía levantar la persiana. Hacía tiempo que la vida no comenzaba a fluir por sus venas si no dejaba entrar el sol, aún cuando el mismo ya hacía tiempo que se pavoneaba del otro lado de la ventana a la espera de que lo dejaran pasar.
Enceguecido por los rayos que parecían más blancos al batir la oscuridad, pudo vislumbrar que el manuscrito seguía allí, abandonado sobre la mesa de la cocina en medio de pegamentos caseros y hojas de factura artesanal. Incluso las plumas de ganso manchadas de tintas orgánicas flotaban en una lata de arvejas a medio llenar con aceites que impedían su secado.
Ya no lo invadía el espanto. Suponía que el proyecto que había iniciado a expensas de los consejos de Diógenes estaba por llegar a su fin abruptamente y que las páginas coloridas que contenían sus textos ofuscados y dibujos imaginados en combos naturistas terminarían sus días separados en basura orgánica y de la que no. Tacho negro, bolsa verde.
¿En qué había estado pensando? La pregunta recurrente lo hacía navegar en medio de la duda entre este proyecto y el de encarar un trabajo dentro de los cánones normales, aún cuando le resultava obvio que ninguna de las dos podría llegar ni siquiera a ser una obra conocida o al menos proveerle el alimento.
-Como el Manuscrito Voynich, ¿entendés?...o querés seguir toda tu vida de arquitecto?- Le había dicho Diógenes tres años atrás.
Cuando iniciaron el proyecto no había entendido a ciencia cierta en lo que quería involucrarlo, casi nunca lo entendía, pero era muy simple; había que crear un manuscrito críptico y atrapante, que emulara en la mente del observador el mismo efecto que logra la fascinación por lo sobrenatural, oculto o extraño. Un papel atrapamoscas para el intelecto.
-Mirá Shakespeare,-le había dicho intentado que todo pareciera fácil y probable- agarrá material virgen lo envejecés como la gente y después yo te contacto con un amigo que sabe y tiene con qué hacer las tintas...
   -Se van a dar cuenta Dío, no son giles, son eruditos...y nosotros un par de salames...
-Y qué te importa. ¿Vos querés ser famoso, parecer inteligente o ganar plata? Abrí los ojos Bartimeo, hoy en día gana más una loca que dice que se quedó embarazada de Maradona que un ingeniero aeroespacial con todos sus doctorados. Tenés que jugarte al escándalo. Ahí está la plata y la fama. En el espectáculo.
   -Vos querés decir que si me descubren o no, igual recibiría atención y podría cobrar por entrevistas y copias o acceso al libro. Algo así como un tipo de prostitución de las letras, pero sin pegarme ninguna venérea...
-Es la era del Bulo, kamikase, del Hoax, tontín. Conozco a un productor de un programa de la tarde y si eso me falla, te grabo en pelotas leyendo el libro y lo subo a YouTube así por lo menos al rato tenemos dos millones de visitas que quieran ver al loco del libro...o te armo una página en Facebook para tus fans y en Twitter vamos armando un trend topic para que la gente se enloquezca hablando de vos...
   -No se...¿a vos te parece que esa masa de gente adicta al móvil se puede enganchar con un tema tan extraño como un flaco en bolas leyendo un libro y que encima no sea artista...? ¿Pensás que cualquiera me va a seguir y hacerse fan porque descubrí un libro con dibujitos escrito en un lenguaje extraño? No, no te creo...a no ser que le pegues una foto con una mina en bolas no creo que alguien se fije en las mías...-
Y realmente tendría que haberse escuchado.
Arzipíades miró de soslayo su proyecto de ciencias y decidió ir a regar las plantas de albahaca y menta del balcón. Ser famoso por quince minutos era la moda, pero para eso alcanzaba con tirarle un huevaso a una figura del espectáculo, declararse gay saliendo de un intangible armario, practicar sexo oral en un baño público,  o inventar un romance con alguna política y hacerla caer en desgracia. No, no era lo que trataba de conseguir. Él quería una fama duradera, superior a los quince minutos,  incluso si llegaba de forma tardía. Que cientos de años después de su muerte, los científicos y literatos del futuro tomaran su libro e intentaran descifrarlo. Definir su autenticidad, exaltar su rareza. Que todos hablaran del Códice de Arzipíades y fuera referencia forzada para arqueólogos y diletantes.
   -Tiene que tener tapa de cuero de oveja- Había dicho para comenzar a imaginarlo y que su amigo reconsiderara la idea y se retractara del intento-
-Bueno-
   -Con grabados a fuego en caracteres que no tengan nada que ver con lenguas vivas o muertas...
-Un invento...
   -Los folios cocidos con tripa de gato. La tripa de gato siempre tiene que ver con lo oculto y con la magia...
-Tripa...de gata...prefiero...
   -Pegamento cola de caballo...
-Pegamento de carpintero, vale chaval...
   -Si y las páginas no pueden ser hechas de papel...ni de papiro...
-No queda otra cosa que no sea el pergamino...
   -Dermis de cordero, ternero o cabrito estirada y tratada. No va a ser fácil...
-Ni difícil. Tengo un amigo que los hacía para vender en la feria hippie...Se cagó de hambre...
  -Si podés tratá que el bicho tenga más de quinientos años...
-Muy gracioso. Qué más?
   -Escrito con cálamo...
-Si, y con tintas naturales...
   -Bueno, bueno, pero ya mismo me tengo que poner a trabajar, tené en cuenta que es un trabajo que va a tomar años y no sé si lo voy a poder terminar....creo que conviene que me lo tome con calma porque, no te voy a mentir, tampoco es que le tengo mucha fé al asunto. Preferiría seguir con mi vida sin perder el empleo. Por ejemplo y para que te des idea de lo complejo en lo que nos metemos; el manuscrito tendría que cumplir con la ley de Zipf , esa que dice que en las lenguas humanas la palabra más frecuente en una gran cantidad de texto aparece el doble de veces que la segunda más frecuente, el triple que la tercera, etc. Va a ser un trabajo de locos...y de calculadora...
Y realmente estaban locos.
Arzipíades pensaba en algo parecido al Kunst Formen der Natur de Haeckel, con animales y plantas que nunca nadie haya visto pero que les parezcan familiares. El idioma no debía parecerse a ninguno existente y es allí donde tomaría ideas prestadas del Manuscrito Voynich.
No podía permitir que nadie lo descifrara, en lo posible, jamás.
Tal vez varios siglos mas tarde alguien inventara un decodificador apropiado e inventaría un contenido que él jamás había colocado en el volumen. Sería entonces el tiempo de un segundo estafador en la línea hacia la inmortalidad. Estaba preparado para compartir el mérito, sobretodo post-mortem.
Se le había escapado una sonrisa al pensar que el dibujar libremente lo que no existe y escribir aquello que nadie debe lograr leer, era la fórmula mágica hacia el Best Seller con menor contenido jamás realizado.
Sopladas tres velitas desde aquél inicio de actividades las mismas se habían convertido en un impulso irrefrenable que lo mantenía atado a las plumas y los colores, escribiendo frases que no seguían ningun correlato con las de tan solo una hoja atrás. Una locura que lo absorbía en esfuerzos que nunca serían debidamente recompensados pero que no podía abandonar.
La cafetera pitó su alerta de café listo.
La compu ya había iniciado sesión en su usuario.
Diógenes le había dejado un mensaje con un documento que pensaba filtrar en los diarios.

El manuscrito Arzipíades es un libro totalmente ilegible. No es una metáfora: fue escrito en una lengua desconocida y con “glifos”, signos, que también resultan desconocidos. Fue hecho con pergaminos  y escrito tal vez en la primera mitad del siglo XV. Se le perdió el rastro por unos siglos y reapareció en 2014, cuando un señor llamado Diógenes Pillgrim, fue a Roma a comprarles libros viejos a los jesuitas.
Pleno de dibujos de plantas tildadas de “frankenplantas”, por parecer hechas con partes de diferentes especies, y estrellas y seres humanos que se bañan en fuentes y castillos con almenas que nadie puede reconocer. Se cree que probablemente, es un tratado sobre la naturaleza, tal vez en un lenguaje asiático o de Oriente Medio.

Tipeó que lo de frankeplantas le parecía una exageración y que no se adelantara tanto a los hechos. Que recién había cocido los folios con la tripa, faltaba darle el envejecido final y después había que filtrarlo en la biblioteca de la Ordo Fratrum Minorum de Roma y traerlo como el descubrimiento del siglo.
No quería decirle que no tenía mayores esperanzas, que al carbono-14 no podían engañarlo, que no tenían conexiones válidas con el mundo de los coleccionistas de arte y aunque hubiera copiado aquello que observara en la Royal National Library of The Netherlands y su extensa colección de manuscritos, cualquiera mínimamente versado descubriría el timo. ¿Pero eso no estaba también en los planes?  A lo sumo y merced al trabajo dispensado podría recibir el mismo reconocimiento popular que su colega el arquitecto Luigi Serafini y el mundialmente apreciado Códice Seraphinianus, o en su defecto aceptar el escarnio popular convertido en notas de color en revistas de papel reciclado.
Arzipíades verificó las hojas respeto, la portadilla y la contraportada. La costura había sido exacta y las guardas esperaban el añadido de las tapas. Los entrenervios se notaban perfectos y las cabezadas eran hermosos trenzados de lana de oveja coloreados que seguían la forma de la media caña, ya que el lomo terminaría siendo curvo y con nervio repujado en cuerdas que se había preocupado en colocar. Las gracias las había marcado sobre el cuero humedecido de tal forma que al momento de haberlo finalizado  deberían permitir la apertura y cierre del libro sin mayor esfuerzo.

Arzipíades se sentía orgulloso de su obra pero inhábil para el engaño. Una vez terminado lo dejó secando en un lugar del balcón donde el sol siempre pegaba, esperando descubrir alguna falla evidente bajo su incidencia en distintos ángulos. Hora tras hora se detenía frente a su obra magna y se quedaba mirando cada nueva faceta que la luz le descubría. Pronto el cansancio de un sueño feroz lo sorprendió y el descanso reparador lo llevó de la mano a otro mundo donde su imagen encabezaba los titulares de los diarios como el mayor falsificador de todos los tiempos.
Los aplausos y sus admiradores lo perseguían persistentemente y pronto ese batir constante se convirtió en la melodía de miles de gotas atraídas por la gravedad impactando un suelo que ya no las absorbía.
Al abrir los ojos, el brillo de las aguas acumuladas sobre las cerámicas del balcón y las gotas chispeando sobre el vidrio parecieron regalarle un momento mágico de paz en medio de la melancólica tarde. De inmediato se dio cuenta que su obra había recibido más líquido elemento del que podía manejar y en un pequeño charco de tintas diluidas escurría su contenido en mezclas abstractas como su propia esencia.
Arzipíades no se sorprendió, ni siquiera la lógica angustia pudo llegar a envolverlo. La obra ya no era el simple objeto material, había sido un camino recorrido en una búsqueda inútil, tras un engaño que lo atrapó a él mismo.
Recuperó los restos sumergidos y simplemente los depositó dentro del horno abierto y con la llama en mínimo, recostado sobre una pizzera de aluminio con repasadores y papeles varios que ayudaran al mejor escurrido. Pensó que tal vez eso le daría una mayor credibilidad, que en su interior los defectos que la naturaleza había realizado con su impronta eran tan aleatorios y reales que podrían ocultar aquellas perfecciones que él no había podido evitar.
Le dejó un email a Diógenes. Dos palabras que cerraban un ciclo de trabajo.
-Está listo-
Y Arzipíades se repitió mecánicamente que no era el fin de una travesía, que en realidad su obra debería versar sobre esos últimos tres años, de sus esfuerzos y cavilaciones, de amores perdidos y encontrados a la sombra de un único proyecto que le había estado secando la mente a diario. De su ingenuo intento de estafar al mundo con un libro mayúsculo e inquietante, un incunable, que nadie podría llegar a leer jamás.
Decidió al fin que era el momento de comenzar una obra genuina, aunque fuera para un único y solitario lector perdido entre las bandejas de saldos de una olvidada librería, en un húmedo  y sombrío callejón de los recuerdos, en la ciudad más austral y deshabitada de toda Argentina.
En un irrefrenable impulso final, cerró la puerta del horno y llevó la llama al máximo.
Si todo fallaba, aún podría contar la historia del famoso códice dañado por las llamas de un antiguo incendio.

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