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Un viaje embarazoso


Cacho se había levantado temprano. Llegó a la estación terminal de subterráneos cuando aún no regía la hora pico, pagó con su tarjeta magnética y bajó los dos niveles de escalera mecánica que lo separaban de los andenes recién estrenados. -Un subte de primer mundo- pensó con cierta satisfacción observando la arquitectura y limpieza de la estación. Pero aún cuando era una hora temprana, la formación en espera de salida ubicada en el andén izquierdo ya estaba con todos sus asientos ocupados. Cacho se paró en el otro andén a la espera de la llegada de una nueva aún ausente, justo donde una marca adhesiva en el piso le indicaba que guardara su posición tras la línea amarilla pues allí seguro quedaría una puerta de acceso a su disposición. 
Compartió la espera y el diminuto espacio con dos mujeres jóvenes que no apartaban la vista de sus smartphones. Una morena de rasgos fuertes y la otra mucho más alta que la anterior, de rasgos insípidos inventados con maquillaje, mucho más preocupada de acomodarse el pelo y observarse en la cámara del artilugio que en la espera del medio de locomoción.
Cuando arribó la lombriz de metal Cacho tomó por asalto uno de los asientos asegurándose de quedar sentado en el sentido de avance del mismo. Como apenas había comido una medialuna del día de ayer que navegaba a la deriva en un mar de café con leche, quería evitar cualquier tipo de mareo en el largo viaje de quince estaciones que tenía por delante. A su lado un septuagenario como él no apartaba su vista del móvil y en los asientos del frente se ubicaron las dos féminas que ahora extraían de sus respectivas carteras; una un libro para leer en el trayecto y la otra un par de audífonos gigantes dignos de la Reina de Corazones del cuento de Alicia. Parecía que las dos se acomodaban como para pasar la eternidad sentadas en ése mismo sitio.
El vagón era uno de esos relucientes con olor a nuevo, aire acondicionado y más espacio para los que viajan parados que para los que disfrutan de un asiento. La primera formación ya había partido y al llegar la próxima la locutora anunció inmediatamente la salida de la que contenía a Cacho. Las puertas se cerraron y el andar silencioso del vagón fue una de esas pequeñas delicias que aún podían resultar caricias para sus viejos oídos ya cansados.
Cerró los ojos para dormitar un rato pero los abría de tanto en tanto sólo para observar la calidad arquitectónica de cada una de las nuevas estaciones.
Luego de la segunda lo sobresaltó un grito exigente y destemplado

-¡¡¡ALGUIEN QUE ME DE UN ASIENTO !!!

-¡¡¡QUE ALGUIEN ME DE UN ASIENTO !!! - Repitió sin haber esperado una reacción a la primera.

Cacho abrió los ojos y contempló a una mujer joven, rubia, muy bien arreglada y cubierta con un impermeable beige pálido. De allí partían los gritos, pero a simple vista no se podía observar la razón de semejante exigencia. Primero pensó que era una persona mentalmente alterada o que se sentía enferma, pero una rápida mirada le descubrió que por debajo del impermeable asomaba una pequeña pancita de no más de dos meses que cualquiera podría haber confundido con el resultado de un atracón de porotos pallares. Siendo el caso de embarazo, Cacho tenía el reflejo condicionado desde su niñez, cuando para ir al colegio en un viaje de casi una hora, intentaba hacerse el dormido hasta que alguna mujer, anciano o embarazada le exigiera el dominio de donde apoyaba sus asentaderas. Es que un joven siempre se encuentra en la base de la pirámide de los derechos de sentada y así es como había pasado casi toda su adolescencia colgado de un pasamano haciendo equilibrio mientras otros se sentaban en lugares que él había previamente calentado con su por entonces tierno culito.
Ya no era un joven, estaba pegándole en el travesaño a los setenta, con una calvicie oculta por su viejo birrete y la barba blanca recortada más que prolijamente. Aún así fue el único en levantarse como un resorte. Ninguna de las dos mujeres alzó siquiera la vista y el hombre a su lado o era sordo o tenía ese mismo resorte pero mucho, mucho más oxidado.
Cacho se apartó en el pasillo otorgándole más espacio del que la embarazada requería para poder sentarse. Pronto fue claro que ambos no compartían la misma percepción de volumen y la mujer comenzó con nuevos reproches y exigencias en el mismo desagradable tono.

-¿¡NO VE QUE NO PUEDO PASAR !?

-Señora estoy empujando lo más que puedo- le dijo mientras intentaba que una mujer le cediera el espacio que tenía reservado para mantener el móvil dentro de su campo visual.

-¡ES POR LA PANZA!, ¡NECESITO MAS ESPACIO!-

Sin saber si gritaba por sorda o porque tenía auriculares ocultos a todo volumen bajo su abundante pelo Cacho observó como un pequeño gesto de mujer victoriosa salía a la luz apenas se encontró cómodamente sentada. En el replay en cámara lenta que se le disparó en la cabeza pudo observar como el puño derecho cerrado practicaba un corto gancho de derecha a la altura del pecho y una sonrisa asomaba en la comisura de sus labios al mismo tiempo que le dedicaba un cómplice guiño de ojos a la fémina que se sentaba justo frente a ella, que por cierto, nunca se dio por enterada.
Feminazí? se preguntó Cacho. No, posiblemente una mujer que está necesitando que todo el mundo sepa que es más astuta que el resto o que simplemente ha logrado finalmente embarazarse luego de haberlo intentado infructuosamente durante un largo tiempo. 
Cacho se aferró a la idea de que la mujer bajaría en las próximas estaciones aún a sabiendas de que le haría compañía durante todo el recorrido, a él, un simple mortal que resignó su espacio pero que lo mantendría bajo vigilancia montando guardia desde muy cerca. Tan cerca que el aroma de flatos recién horneados casi le confirmó la suposición de que esa pancita fuera simplemente producto de los porotos que antes había imaginado.
En el tiempo que duró la travesía pensó en cómo explicarle a la señora que exageraba, que no hacía falta que gritara, que sonreír es mejor método para todo. Que la delicadeza y los buenos modales le abrirían muchas más puertas y le otorgarían mejores asientos en la vida. Incluso pensó en indicarle que en la próxima oportunidad exigiera las ubicaciones que se encuentran marcadas con cartelería imposible de ignorar y están reservadas específicamente para embarazadas y discapacitados, Pero Cacho nunca las había usado y no sabía cómo reaccionaría la gente allí sentada. Él era otro tipo de persona. Había estado en la guerra y sabía que el varón es un elemento desechable en cualquier sociedad que se precie y que simplemente se esperaba que soportara las consecuencias.
La mujer al fin comenzó a hacer movimientos para dejar el vagón en la próxima estación. Apenas se levantó Cacho le preguntó señalando con su mirada la casi invisible panza si le gustaría que fuera una nena o un varón -NENA POR SUPUESTO- fue la escueta respuesta que puso término a cualquier ulterior conversación mientras gritaba -¡¡¡A VER SI ME DEJAS AGARRAR DEL PASAMANOS QUE ESTOY EMBARAZADA !!!- esta vez dedicado a una mujer que se aferrada a él por razones de estatura. -No sabía disculpe, No soy adivina- alcanzó a decirle la joven con mal talante mientras la embarazada sacudía la cabeza con hastío, como si su panza fuera de un embarazo de nueve meses imposible de no ser detectada a simple vista.

-Señora- le dijo Cacho a título de despedida con la voz cálida y dulce de quién está educando a un crío- por favor, cuando tenga a esa hermosa criatura que le ha regalado Dios, no olvide enseñarle que los otros también tienen derechos.

Y a sus setenta años casi cumplidos, haciendo equilibrio mientras la formación paraba, se acomodó un poco la botamanga del pantalón para ocultar el miembro fantasma, hermano mellizo del que había dejado atrás hacía muchos, muchos años, en el páramo de una solitaria isla del Atlántico Sur.


OPin
Buenos Aires
Octubre 2016

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